jueves, 3 de abril de 2008

Noches de carretera, mirada y reflexión

Según el reloj de mi Kia Rio son las ocho y cuarto de la tarde. Claro que éste está programado para que en su minutero queden reflejados unos cuatro o cinco minutos más de la hora real en esta parte del planeta. Pequeñas estratagemas del impuntual. Por cierto, acabo de recordar una de las célebres citas del genial Oscar Wilde: "La puntualidad es una pérdida de tiempo". Ahí dejo eso.

Pues eso, que ya ha oscurecido en el seco y húmedo, que no frío, invierno levantino. Me dirigo, quizás a mayor velocidad de la permitida, al pueblo en el que reside mi preciosa. Voy solo, volveré acompañado.
Les hablo de un tramo de carretera en mal estado, carente de arcenes, mal e insuficientemente señalizado, algo peligroso.
Parece que la noche va a ser un tanto inclemente, es probable que caiga una ligera llovizna, al menos eso es lo que se puede avistar echando una pequeña ojeada al encapotado cielo.
Tras señalar debidamente al coche que me precede mi intención de rebasar y posteriormente adelantar al ya vetusto Opel Corsa que me antecede, me desplazé hacia el carril izquierdo e involuntariamente pude verla. De nuevo. A mi puta.

Por su aspecto deduzco que podría tratarse de una joven nativa del Este de esta acomplejada Europa nuestra. No es guapa, al menos no para mí. Suele llevar el negro pelo recogido. Viste como las putas suelen hacerlo, aunque ella se muestra ante su público algo más recatada respecto de lo que la mayoría de sus colegas de oficio y ¿beneficio? acsotumbran. Sus tacones, su bolsito, su espera y su mirada. Sus tristes ojos.
Permítanme que les cuente que jamás he visto a ninguna otra ramera callejera con una mirada tan desolada y compungida como la suya. Las hay exaltadas, cocainómanas, seductoras, gordas grasientas, menores de edad, alguna incluso parece feliz; seguramante porque acaba de chupársela a algún generoso cliente y se contenta de la propina ganada. Y tal vez por haber desalojado una polla más del montón de una boca más del montón. Pero pudiera ser que su felicidad se debiese al siete y medio que su hijo ha obtenido en matemáticas o porque acaba de tener conocimiento de la futura boda de su querida hermana.
Sus ojos, vuelvo a ellos. No la conozco, nunca he intercambiado palabra alguna con ella, pero le profeso cariño, lo confieso. Los tristes ojos de mi puta me conmueven. A lo peor es una hija de puta, una desgraciada asesina, una mala persona, a lo peor su mirada es simplemente una pretenciosa pose, una estrategia de marketing que dirían los ingleses. O de venta al público que es como se debería decir cuando se hable en castellano, pero claro es más largo y suena peor. No es lo suficientemente cool como dirían ellos.
Pero yo me la creo, me creo su sufrimiento interno y me imagino cientos de historias intentando imaginar cómo ha llegado al sucio (y no es una metáfora) cruce de caminos donde trabaja.
¿Estamos ante una joven engañada, manipulada y conducida hacia la devacle por algún capitalista sin remordimientos?
¿Realizó un largo y costoso viaje hacia un bíblico eden y se encontró sumida en la miseria y el desamparo? En cuyo caso, ¿es admisible, es ético que venda sus curvas al buen postor? ¿Es que acaso no existen otras formas de paliar la inanición más dignas que prostituyéndose? ¿Por qué no busca otro empeño laboral, por qué ha decidido emprender una travesía tan salpicada de incertidumbres?
¿Le gusta lo que hace? ¿Disfruta sobando penes con su vagina? Y en caso afirmativo ¿acaso es criticable el ofrecer servicios sexuales? ¿Por qué? ¿Si es plenamente consciente y encuentra satisfactoria su labor, quienes somos nosotros para calificar su actitud de denigrante?

Como digo nunca me he parado a hablar con ella; actitud que seguro le sorprendería por otra parte y que puede incluso molestarle, podría hacerle perder algún cliente y un tiempo ¿valioso?
Mas su mirada lo expresa todo, define una historia indeterminada de princesas sin príncipes, de Julietas sin Romeos, de musas olvidadas. Ella es una de tantas, pero es única e irremplazable, consigue provocarme ternura, consigue que en una gran parte del trayecto que aun me queda por recorrer antes de llegar a mi destino y arrojarme a él de cabeza, estímule mi imaginación y remueva algún que otro sentimiento, ella me hace pensar en el hiriente destino, en como nos zahiere, y ligado a esta reflexión me pregunto: ¿Qué parte de responsabilidad tenemos en el discurrir de nuestra vida? ¿Cuánto es ganado, cuánto presa del azar y de las circunstancias en las que nos ha tocado nacer, crecer y finalmente, morir?

Decía Dostoyevsky: "Todos somos responsables de todo". Y para comprobar empíricamente si el ruso tenía razón debería abandonar la calzada por un instante, apearme del coche, y como un Raskólnikov delirante de grandeza, intentar corroborar mis teorías acerca de la condición humana, esto es, acercarme a mi puta, mirarla fijamente y preguntarle: ¿Qué ven tus ojos para proyectar tanta desolación? ¿Qué querrían ver? De seguro me tomaría por gilipollas, eso si entendiese mis palabras, pero ¿por qué no arriesgarse a dar un ligerísimo paso en falso y caer sobre un tatami? Total, ni se trata de matar a ninguna prestamista retorcida ni la hipotética caída culminaría en un mar de afilados cuchillos puntiguados.

O eso parece.

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