Embutidos, acorralados como presas; mover el codo ligeramente en sutil balanceo puede provocar el impacto con aquellos que circundan tu ya exiguo, sino inexistente, espacio vital. Inmersos en el caos orgásmisco que conforma la unión de luces de neón, nubes de humo de dudosa procedencia, atronador sonido cargado de decibelios, esculturales cuerpos carne de tarima y vasos de cristal cargados de no se sabe muy bien qué, un gentío nada desdeñable de cuerpos en movimiento ve morir la noche un día tras otro, semana tras semana. Disfrutamos observando siluetas contoneándose, auscultando con la mirada aquel objetivo, aquel cuerpo que hemos puesto en nuestro punto de mira, dispuestos a disparar toda la munición de la que dispongamos en el momento del contacto visual. Entramos en contacto, rozamos, volvemos a rozar; ya sin disimulo ni simulación alguna, para que fingir, vamos a lo que vamos, sin rodeos ni artificios.
Y oye, no me parece una maquinación, un plan nada desdeñable: claro, conciso, esquemático y casi sin sorpresas. Quieres, quiero, queremos. Ale, pues tres, dos, uno y acción. Es una opción.
Pero hay otras, métodos ancestrales que estamos defenestrando con manifiesta alevosía, sin resquemor. Diversos son los caminos, varias son las vías para acceder al Olimpo sagrado de la cama y, todavía más importante, al frágil punto de común entendimiento, de silenciosa complicidad, de amor soñoliento y descarnado, de inexorables vínculos inquebrantables entre ella, o él, y tu.
Hablar; compartir sueños, esperanzas, expectativas. Discutir, enfrentarse a tu benefactor de sublimes momentos de taimada felicidad, de honesta y sincera sonrisa, entablar batalla con él, a sabiendas que en estas guerras nadie sale derrotado, nadie muerde el polvo. Disfrutar con las palabras, o a pesar de ellas como dice un tal Borges, conscientes de que la noche es larga, y si acaso se quedara corta, no importa, con sol radiante o nubloso panorama siempre quedará una u otra cafetería, cualquier bareto de esquina. Conversando aprendes, de ti mismo y de tu (o tus) acompañantes, accedes a panorámicas novedosas, creces, entrenas el intelecto, la retórica, lo explícito y lo oculto. Pero más importante que todo eso: disfrutas, el reloj se bloquea, sus engranajes se oxidan y pierede todo su significado, ya no puede mantenerse en funcionamiento, sólo tu, solo él, solo ella, ellos, ellas, nosotros, podemos impregnarlo nuevamente con su alma maldita, secuestrada, si queremos claro.
Cualquier persona es válida; todos y cada uno conocemos algo que alguien desconoce y quisiera saber, con cualquiera puedes mantener interesantes disputas y coloquios, yo, disfruto de todo tipo de habladurías, conversaciones, parlamentos, pero destaco uno por encima del resto: nada es comparabale a intercambiar opiniones y deseos con ella, con aquella mujer inteligente que quizás cada semana, cada mes, porte distinto nombre, mas idéntico sentimiento; diferente en apariencia, simplemente.
Una vez testado, probado, ambos métodos de acabar en la cama; que tampoco es condición indispensable pero si dotada de excelencia, el del "perreo", de la carne porque sí, sin currárselo y el de la seducción por convicción, por voluntad doblegada en ambos bandos de la contienda, por unión de temperamentos, pasiones y debilidades, no me queda duda alguna de cual sale vencedor en mi particular rincón de entender la vida: el placer del hablar, el triunfo del conversar.
Lo conseguido sin dificultad, lo fácil, se vuelve superfluo, olvidable, corrompido tras el paso del tiempo. Aquello que requiere un proceso, un método, se disfruta doblemente: primero adviene el placer que sientes mientras interactúas con tu acompañante y cuando todo ha pasado el recuerdo de aquello te provoca una sonrisa, tan cómplice como cuando estabas con ella (o él) y el tiempo y el espacio eran meras ilusiones.
viernes, 21 de diciembre de 2007
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